Con la Revolución Industrial, la producción en serie exigió motivación para el consumo. Los bienes dejaron de tener sólo valor de uso y pasaron a tener, sobre todo, valor de cambio. Poco a poco, la producción dejó de apuntar estrictamente a las necesidades de los consumidores. El mercado se volvió un fin en sí. Se pasó a producir, no para satisfacer carencias, sino para obtener lucros exorbitantes. Así, se amplió el mercado de productos superfluos, lo cual exige mayor empeño publicitario, de modo de convertir, a los ojos del consumidor, lo superfluo en necesario.
El capitalismo todo lo reduce a la condición de mercancía. Es lo que Marx calificó de reificación. Productos agrícolas e industriales, servicios y actividades culturales, ideas y creencias, todo se transforma en mercancía a ser tratada según las leyes del mercado. Políticos y políticas pasan a recibir el mismo tratamiento. Salen los cientistas políticos para ceder paso a los mercadotécnicos.