Wednesday, October 12, 2005

Brasil, el atolladero

Ni Brasil ni los brasileños merecen esto”, declaró abrumado el presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva. Aludía al escándalo de corrupción que desde hace cuatro meses viene sacudiendo a su país, salpicando a ministros y dirigentes de la formación de donde surgió, el Partido de los Trabajadores (PT). Revelada con júbilo por los grandes medios de comunicación y atizada por acusaciones públicas formuladas por las personalidades implicadas, la cuestión ha cobrado rasgos de telenovela (1). Ha convulsionado toda la escena política con la violencia de un huracán devastador.

Al parecer está comprobado que el entorno de Lula da Silva y especialmente José Dirceu, ministro de la Casa Civil del Presidente (una especie de primer ministro), había edificado un amplio sistema de sobornos para comprar el voto de diputados aliados del PT (2). Cada parlamentario corrupto recibía mensualmente una suma aproximada de 10.000 euros extraídos de una caja negra alimentada por las finanzas públicas… Por otra parte, desde 2002 un mecanismo sofisticado de desvío ilegal de dinero había permitido financiar la campaña que culminó con la elección del presidente Lula.

Sin embargo hasta el momento no se ha aportado ninguna prueba de la implicación personal del Jefe de Estado. Tampoco parece que los diferentes dirigentes políticos miembros del PT comprometidos en este asunto se hayan enriquecido a título personal. Cabe decir que eran corruptores activos (y no corruptos pasivos) que actuaban en nombre de lo que consideraban el interés superior de su partido.

Desde enero de 2003 el PT ha gobernado con el apoyo de diversos aliados. Pero a pesar de sus apoyos no contaba con una mayoría en la Cámara, lo cual le obligó a buscar la neutralidad o el apoyo de grandes fuerzas conservadoras, como el Partido de la Socialdemocracia (PSDB), el Partido del Movimiento Democrático (PMDB) y el Frente Liberal (PFL). En Brasil los parlamentarios son tradicionalmente independientes de los partidos cuya etiqueta llevan. No vacilan en cambiar de pertenencia. De modo que son sumamente sensibles a todas las formas de corrupción. Se trata lamentablemente, como en muchos países, de una práctica constante en política, cualquiera que sea el equipo que esté al mando. Salvo que esta vez, con el PT en el poder y Lula da Silva en la presidencia, los ciudadanos esperaban una erradicación definitiva de esas costumbres detestables.