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Una agencia árabe de noticias informó el sábado 15, a través de internet, que ciudadanos iraquíes detuvieron el pasado martes 11 a dos soldados estadounidenses vestidos con ropas árabes. Los sorprendieron mientras intentaban hacer estallar un coche con explosivos en el distrito de Al-Ghazaliyah, un área residencial al oeste de Bagdad.Cuando la policía colaboracionista -según califica la agencia- los llevaba para interrogarlos, apareció una numerosa fuerza militar norteamericana, rescató a los dos prisioneros y huyó a toda velocidad.
Este episodio recuerda a otro, de similares características. El 19 de septiembre, dos soldados ingleses -también vestidos como árabes y con explosivos ocultos en un vehículo civil- fueron detenidos por la policía iraquí en Basora, 450 kilómetros al sur de Bagdad. Tropas británicas apoyadas con tanques y helicópteros los rescataron el mismo día. Después se supo que los dos militares pertenecían al Special Air Service (SAS), una fuerza entrenada para atravesar las líneas enemigas por tierra, agua y aire en ambientes hostiles.
El accionar de soldados ingleses y norteamericanos, con ropas árabes y bombas, no es una casualidad. Es evidente que no constituyen casos aislados, sino que marcan una modalidad operativa. La pregunta entonces es: ¿a quién beneficia el terrorismo en Irak?